jueves, 19 de junio de 2008

JORNADA LABORAL DE 65 HORAS PARA LOS COMUNITARIOS



Europa, mejor dicho la Unión Europea ,quiere imponer una jornada laboral de 65 horas semanales.

Las dos últimas décadas del siglo XIX son años donde la clase obrera de diferentes países desarrolla una impresionante lucha por sus derechos, centrada en la reivindicación de las 8 hs. de trabajo. La importancia de este reclamo se comprende por las terribles condiciones laborales y de vida de la mayoría de la clase trabajadora.
En ciudades como Chicago, París o Buenos Aires, los trabajadores sufrían jornadas agotadoras de entre 14 y 16 hs. diarias, lo que incluía el trabajo de las mujeres y de niños menores de 10 años, en fábricas y talleres.En EE.UU. y América Latina surge una nueva clase obrera, integrada por trabajadores inmigrantes del viejo continente: alemanes, irlandeses, españoles e italianos que trabajan por igual en los talleres de Nueva York o en los frigoríficos de Avellaneda en Argentina.

Contra la superexplotación y la voracidad de las patronales comienzan a surgir por miles las asociaciones sindicales por oficio, centrales nacionales, mutuales y clubes obreros, como formas de organización de una clase obrera en expansión. También crece la influencia de las ideologías anarquista y socialista, que son tomadas como propias por miles de trabajadores en todas partes del mundo.En noviembre de 1884 se celebró en Chicago el Congreso de la Federación Americana del Trabajo, en el que se propuso que a partir del 1º de Mayo de 1886 se obligaría a los patrones a respetar una jornada de 8 horas mediante la huelga. Ese 1º de Mayo de 1886 las organizaciones laborales y sindicales de Estados Unidos se movilizaron y paralizaron el país con más de cinco mil huelgas. La lucha por las 8 horas tenía amplio apoyo en Chicago. Allí la jornada laboral se extendía desde las 4 de la mañana hasta las 8 de la noche. El 1º de mayo comenzó una huelga en la ciudad que arrancó con 40.000 trabajadores y llegó hasta 65.000. El lunes 3 de mayo en una reunión de 6.000 estibadores en huelga, hubo enfrentamientos entre los trabajadores y un grupo de carneros contratados por la patronal para hundir la huelga. La respuesta inmediata del gobierno fue enviar a más de 200 policías que iniciaron un combate en las calles que terminó con cuatro obreros muertos y muchísimos heridos. Como respuesta a la represión, se convocó a una manifestación para el día siguiente en la plaza Haymarket, en el sur de Chicago, a la cual concurrieron más de 3.000 trabajadores. La policía irrumpió nuevamente contra los obreros, y comenzó a atacarlos, cuando un desconocido arrojó una bomba contra los uniformados, hiriendo a 66 (7 de los cuales murieron). La respuesta policial fue disparar sin piedad contra la multitud, matando a varios obreros y dejando heridos a más de 200. Luego de estos hechos, el gobierno capitalista desató un”caza de brujas” contra los principales dirigentes obreros de las movilizaciones, acusándolos de haber lanzado la bomba, y condenó a juicio y pena de muerte a varios de ellos. August Spies, Michael Schwab, Adolph Fischer, George Engel, Louis Lingg, Albert Parsons, Samuel Fielden y Oscar Neebe fueron sometidos a un juicio completamente orquestado y fraudulento, con téstigos falsos y plagado de irregularidades. Uno de los jurados, cuando se le argumentó la inocencia de los acusados, confesó: “Los colgaremos lo mismo. Son hombres demasiado sacrificados, demasiado inteligentes y demasiados peligrosos para nuestros privilegios”. El 11 de noviembre de 1887 Spies, Engel, Fischer y Parsons fueron ahorcados. Unos días antes Louis Lingg se había quitado la vida en su celda. En su funeral marcharon por las calles más de 25.000 trabajadores. Desde ese momento ellos son recordados como
“los mártires de Chicago”, ejemplo de lucha y coraje de la clase trabajadora internacional. Los otros enjuiciados (Fielden, Schwab y Neebe) pasaron largos años en prisión hasta que toda la falsedad del juicio y las mentirosas acusaciones no pudieron ser sostenidas, y recobraron la libertad.En 1889 se reunió en París un Congreso muy importante para la clase obrera de todo el mundo. En esa ocasión delegados de organizaciones socialistas de más de 23 países acordaron fundar la II Internacional. Las delegaciones principales provenían de Francia, Alemania, Inglaterra, Bélgica, Austria, Rusia y España, pero también Argentina tuvo su representación, a través de un grupo de alemanes emigrados que enviaron su adhesión al congreso y fueron representados en este por el dirigente socialista alemán Guillermo Liebneck. En esa reunión de París se resolvió convocar a manifestaciones y mítines en todo el mundo, como una jornada de lucha internacional.

La fecha para la jornada de lucha internacional se tomó considerando una resolución de la American Federation of Labour de EE.UU. y se acordó trabajar para la organización de las movilizaciones para el 1º de Mayo de 1890. Ese día cientos de miles de trabajadores se manifestaron en las principales ciudades del mundo capitalista. En Francia hubo huelgas y manifestaciones en 138 ciudades y localidades importantes. A pesar de la enorme presencia policial y las campañas para atemorizar de parte del gobierno francés, se reunieron unos cien mil obreros en Paris. En el resto de Europa las manifestaciones obreras desataron enfrentamientos con la policía en diversas ciudades del Imperio austro-húngaro, Italia o Polonia, y hubo miles de obreros marchando en las principales ciudades del continente (Viena, Praga, Budapest, Varsovia, Estocolmo, Copenhague, Bruselas, Milán, Turín). En Londres, capital del país más industrializado de la época, más de 300.000 se movilizaron en las calles el 4 de mayo (decidieron hacerlo en esta fecha que era un día no laborable). Los cuatro lemas principales que aparecían en las pancartas e insignias del 1º de Mayo eran: los “Tres ochos” (ocho horas de trabajo, ocho horas de esparcimiento, ocho horas de sueño), “El voto para todos”, “Libertad, Igualdad y Fraternidad” y “Trabajadores de todo el mundo, ¡uníos!”.

De las 64 horas de trabajo en 1870 a las 65 horas en 2008

La clase trabajadora ha derramado sangre, sudor y lágrimas por obtener una jornada laboral más corta. Ahí están las huelgas de los mineros vizcainos en 1890 para reducir de 12 a 10 horas la jornada de trabajo diario. En pleno siglo XXI y en la Europa Social, que nos dicen, se reúnen los ministros de Trabajo y deciden regalar a los empresarios una jornada laboral de 65 horas. Cualquiera podría decir que ¡estos europeos están locos!, si no fuera por el trasfondo que tiene.

Pero lo peor no es esto, lo que ya supone una catástrofe total, es que los trabajadores se quedan indefensos, para nada servirán los sindicatos ni los convenios colectivos. Cuando queramos trabajar, nos veremos obligados a firmar un contrato en el que accederemos “de buen grado” a una jornada laboral de 13 horas diarias, por este motivo, al ser un contrato personal entre el empresario y el trabajador, ni los sindicatos ni los convenios podrán interferir en la situación laboral marcadamente abusiva

No hay comentarios: